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Por: Lluna Fabregat

La gente quiere viajar. Los estudios indican que, tras la pandemia del coronavirus, la pulsión del viaje se ha apoderado de todo el planeta. Anhela movernos, pero no es solo eso. El viajero desea algo más: contenidos, historias y experiencias. ¿Es la espiritualidad un aliado para lograrlo? Concretamente, la religión y los viajes han estado históricamente relacionados. La peregrinación, un término que proviene del latín peregrinatio y que significa “viaje al extranjero”, es un claro ejemplo. Hemos preguntado a varios expertos.

Y lo hemos hecho en el marco del proyecto “Los caminos del encuentro. Cartografía de rutas temáticas para la recuperación del patrimonio histórico de las confesiones religiosas de España – Un viaje del ayer al hoy”, financiado por la Fundación Pluralismo y Convivencia, que tiene como objetivo principal producir una cartografía de rutas temáticas destinadas a la recreación de itinerarios culturales a partir del patrimonio histórico de las confesiones religiosas y comunidades del territorio peninsular. La iniciativa concibe el viaje como una herramienta y una plataforma divulgativa, sensibilizadora e informativa vital para promover el conocimiento y el acomodo de la diversidad religiosa en un marco de diálogo, fomento de la convivencia y lucha contra la intolerancia y el discurso de odio.

Para el escritor Fernando Gómez, desde la antigüedad la religión, junto al movimiento de mercancías y las campañas bélicas, ha sido un importante generador de movimiento de personas de un punto a otro o sea el germen del viaje como hoy lo entendemos. “Todas las creencias religiosas cuentan con lugares sagrados a los que visitar en busca de perfección o de purificación. De esos primeros viajes en torno a la religión surge el turismo al crear infraestructura a los caminos para convertirlos en accesibles y placenteros. Hospederías, albergues y hospitales van apareciendo en las rutas hacia esos lugares santos para comodidad de los peregrinos”, añade.

El Vaticano o La Meca reciben anualmente alrededor 15 millones de visitantes y los santuarios de Lourdes o Fátima superan los 6 millones. Y esos datos pueden ser extrapolados a cualquier lugar de culto de las distintas religiones. Según el estudio Tourisme et Religion de Philippe Bachimon, profesor de la Université d’Avignon, la religión y el ocio son “dos prácticas sociales y dos movimientos culturales que se han convertido en importantes en el siglo XXI” y que, aunque se podría pensar que la segunda prevalece sobre la primera, esto no es lo que está pasando según Bachimon.

En el caso del turismo como forma de ocio, tanto este como la religión se nutren uno a otro. El profesor Philippe Bachimon ejemplifica esta relación a través de los edificios religiosos, que son “objeto de curiosidad y visitas que, sin duda, entran en la categoría de turismo cultural”. Por su parte, María José Recoder, investigadora del proyecto “Los caminos del encuentro. Cartografía de rutas temáticas para la recuperación del patrimonio histórico de las confesiones religiosas de España- Un viaje del ayer al hoy” considera que existen ciertas diferencias a tener en cuenta entre el turismo religioso y el cultural:

A menudo en Europa, el turismo religioso se confunde con el turismo cultural, por la sencilla razón de que se asocia a la visita de centros de culto que son edificios arquitectónicamente relevantes y cargados de obras de arte (escultura, pintura, forja…). Muchos turistas visitan una catedral como si fuera un parque de atracciones, un estadio deportivo o un teatro, es decir, alejados de la espiritualidad o de la práctica de una religión. Es lo que hay que ver en tal lugar porque lo indican las guías turísticas. A mi juicio, el turismo religioso no se entiende sin el cultural, por lo que se refiere a la creación artística y arquitectónica.

Pero también hay que comprender, que a lo largo de los siglos, hay “rutas viajeras” que antiguamente estaban relacionadas con la religión, y ahora solo con el turismo. Como ejemplo, el Camino de Santiago. Durante la Edad Media y siglos después, hacer el Camino de Santiago, andando, a caballo, en carro o como fuera, implicaba un sentimiento religioso muy relevante. Los peregrinos que viajaban desde todos los rincones de Europa, tenían sus propias “paradas” en los diversos países. El viaje duraba meses o años. Viajaban con pocas pertenencias. Había iglesias y conventos que los acogían. Era un camino iniciático para reunirse con Dios y purificarse. Pero desde hace varios años, el Camino de Santiago es una excursión que puede hacerse andando, en bicicleta, en moto, en coche, en grupo, solo…

Pernoctando en hoteles o en albergues, haciendo pocos kilómetros o el camino entero. Por un “peregrino” que quiera alcanzar esa paz interior que se perseguía en la Edad Media, decenas que se lo toman como una ruta turística donde conocerán a otras personas, se divertirán, comerán, harán fotos, y lo contarán en sus redes sociales, etc. El “Camino” puede servir a los senderistas para hacer deporte. Pero no tiene la espiritualidad de antaño.

En ese sentido, Santiago Tejedor, director del proyecto “Los caminos del encuentro” apunta la necesidad de poner el foco en la experiencia espiritual. “El turismo necesita afrontar un proceso urgente de redefinición y reinvención que convierta el viaje en una experiencia vivencial, cultural, formativa y motivadora. La gente quiere un relato, un hilo conductor y, en definitiva, un porqué. A ello se une una creciente demanda del componente espiritual que más allá de lo visible invita a otro tipo de viaje. Por ello, el diálogo interreligioso se convierte en un camino perfecto para enriquecer la experiencia viajera desde el qué y desde el cómo”, matiza.

Uno de los objetivos principales del proyecto “Los caminos del encuentro” es el de formar e informar acerca de estos bienes culturales a través de guías y rutas cartografiadas de carácter turístico y divulgador. Así pues, se pretende fomentar la riqueza y variedad cultural interreligiosa de la península. Cabe destacar que, entre sus contenidos y materiales, el proyecto “Los caminos del encuentro” generará una colección de materiales educativos y creará un libro blanco que servirá de manual para quienes quieran crear una guía de viajes fundamentada en el respeto y la diversidad cultural y religiosa.

Recoder recuerda que para acercar el turismo religioso a quienes no lo son es importante contextualizar e informar para que el visitante tenga un mayor conocimiento interno y externo. “Si queremos atraer a personas no creyentes a rutas de turismo religioso, creo que hay que explicar itinerarios para que se entienda, por ejemplo, cuál es la relevancia de la catedral “x” para la ciudad y sus parroquianos a lo largo de los siglos, desde que se idea el edificio hasta que se “termina”. Y cómo se llega hasta ahí. Hay que hacer rutas turísticas religiosas que ayuden a quién se apunta, a conocerse mejor a él mismo y al mundo que le rodea”, explica.

Fernando Gómez manifiesta la necesidad de interacción entre las confesiones religiosas por lo que respecta al turismo. “A primera vista el turismo religioso goza de muy buena salud si lo medimos en la devoción de sus feligreses, pero falla en la interacción de unas religiones con otras. El reto más importante es conseguir encontrar puntos en común con lo diverso y gran parte del camino estará recorrido”, dice.

Finalmente, Santiago Tejedor coincide en la necesidad de un diálogo interreligioso. “La religión y el turismo no pueden limitarse a visitas que contemplan piedras, datos o fechas. Necesitamos convertir el cruce de religiones en una oportunidad real y estimulante de exploración, aprendizaje y descubrimiento. El anhelado viaje a la otredad encuentra en este territorio de la fe, las creencias y los valores un campo fértil para sembrar miradas y viajes diferentes y muy estimulantes”. Tejedor autor de varios títulos sobre viajes, viajeros y destinos añade una reflexión de peso: “Tenemos todos los ingredientes, pero nos falta la hilaza que de forma a este particular relato viajero”.